El Regalo de Cumpleaños – CUENTO/RELATO ERÓTICO – Argentina – 2014

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Publicado el 16/03/2022 – Actualizado hace 6 días.

Me lo encontré en una estación de servicio del centro de una ciudad rural. Yo entré a comprar cigarrillos y él estaba hojeando revistas.
Tenía cara de ángel, ojos marrones claros sajones, piel blanca y pelo castaño ceniza, su cara inspiraba ternura paternal, quizás por eso me llamó la atención.
Bueno, no tenía exactamente cara de ángel sino de niño angelical, aunque por su cuerpo y estatura supuse que debía tener unos dieciocho años y me estaba mirando con tanta insistencia que al principio creí que era algún conocido.
No soy muy bueno en recordar caras cuando les he visto sólo un par de veces, así que me sentí algo inquieto.
¿Qué tal que sí lo conocía y no recordaba? Se veía demasiado joven y su cara no la habría olvidado fácilmente, y además la mayoría de mis amigos y casuales tenían entre 30 y 40 años o más.
Pensé que a lo mejor era hermano o hijo de algún conocido, así que cuando volvió a mirarme le sonreí discretamente mientras hacía un gesto con la mano saludándolo y él se puso tan nervioso que inmediatamente entendí que en efecto, no nos conocíamos. “¿Estará tratando de llamar mi atención?” -me pregunté- ¿Le gustarán mayores que él… ?
El chico era muy lindo, pero se veía tan joven que supuse que si me acercaba, iba a alejarse a toda prisa.
No es raro que los chicos gays muy jóvenes se pongan a coquetear con alguien, y después se asustan cuando consiguen atraerlo.

Decidí experimentar. Total, yo estaba solo y no tenía nada mejor qué hacer. Había viajado a esta ciudad para ir al casamiento de una prima el día anterior y como soy autónomo (tengo mi propio negocio), decidí tomarme unos días más de vacaciones. Así que me propuse averiguar hasta dónde podía llegar la situación y avancé hacia el chico mirándolo a los ojos.
Estaba como a tres metros de él cuando se puso nervioso y dio media vuelta para alejarse. Sonreí comprobando mi teoría. “Se asustó de que le hicieran caso”, pensé. Me encogí de hombros y seguí caminando, estaba por salir a la calle cuando noté que el chico había vuelto y estaba mirándome, entre avergonzado y ansioso, cerca de la entrada de los baños. Cuando notó que había vuelto a captar mi atención, salió hacia el pasillo de los baños.
-“Veamos qué pasa” -me dije, y lo seguí.
Entré al baño de hombres y ahí estaba él, frente al espejo, sin duda para espiar si yo lo había seguido porque en cuanto me vio, bajó la mirada. Yo me harté de jueguitos y fui hacia él.
Lo saludé y me contestó nervioso, en voz tan baja que no entendí ni una sola palabra. Tras dar una ojeada rápida para comprobar que no había nadie más en el lugar, le dije sin rodeos:
– “Sos muy lindo… ”
Él se avergonzó y se sonrojó tanto que tardó varios segundos en decirme “gracias”.
Con esto, se inició entre nosotros un diálogo inseguro y lleno de pausas.

– No te conozco, ¿verdad?
– No… creo que no…
– ¿Sos de esta ciudad?
– Sí… ¿y tu de donde… ? -Lo interrumpo.
– ¿Qué te parece si te invito a tomar una gaseosa o algo y charlamos más cómodos?
– Pero acá no. Vienen muchos conocidos y…
– Tranquilo niño… Sólo te estoy invitando a charlar…

Volvió a sonrojarse y a callar.

– ¿Cuántos años tienes?
– Dieciocho. Los cumplí ayer.

“Buen cálculo” pensé para mis adentros.

– Yo tengo casi el doble… ¿No te da miedo?

Un instante después me arrepentí de haber dicho semejante estupidez, porque él volvió a bajar la mirada y a guardar silencio. Iba a disculparme, cuando hablo:
– No me da miedo. Me dan nervios.
– ¿Por qué… ?
– Nunca había hecho… algo como esto. Pero me prometí que iba a hacerlo al cumplir los dieciocho años.

Me sorprendí. ¡El chico me quería de regalo de cumpleaños! ¿Sería posible que fuera virgen?

– ¿Nunca has hecho nada… con nadie?
– Sólo una vez… Fue con una novia, a los dieciséis años. Ella empezó… No me gustó… Y finalmente no pasó nada. Quiero decir, nada… nada serio.

Traduje sus palabras en mi mente: ella quiso cogérselo y él no se había dejado. “¿Ni siquiera le habría dado una mamadita?”, me pregunté.

– ¿Nada “serio”? ¿Ni siquiera sexo oral… ? –Quería sonar atrevido pero educado.
– No. Ella quiso agarrarme el… miembro, pero yo no quise.

¡¡¡Era virgen… !!! Y tan casto, que le decía “miembro” al pene a pesar de que estábamos solos y en un baño de hombres.
Curiosamente, su confesión en vez de excitarme me puso intranquilo.
La verdad, prefiero a los hombres “experimentados” y con historias, porque la primera vez puede ser muy accidentada, llena de inseguridades y timidez. Mis respetos a quienes les gusta “estrenar” jóvenes, pero yo prefiero a los hombres que ya saben lo que quieren, cómo y dónde lo quieren… así que intenté disculparme con él.

– Mira, francamente te noto muy nervioso… A lo mejor no estás seguro de lo que querés y…
– Sí, sí, estoy seguro –Me interrumpió, ansioso.

Decidí retarlo.

– ¿De que estás seguro? ¿A ver? ¿Qué es lo que querés hacer? Decíme. -Pensé que con esto bastaría para que saliera corriendo. Me equivoqué.

– Quiero tener sexo con un hombre. Me gustan los hombres. Me gustas vos.

Volví a sorprenderme. Ahora el que se quedó en silencio, fui yo. Él volvió a hablar.

– Me dijiste que yo era lindo. ¿De verdad te gusto?
– Mucho –le dije sinceramente- pero… es que sos muy jovencito todavía…
– Pero no es mi culpa –contestó.

Me sentí ridículo por hacerme rogar tanto. Después de todo, él era de verdad muy atractivo. Además de tener un rostro hermoso, sus pantalones insinuaban un culo paradito que de seguro estaba durito, y debajo de la remera de color naranja que traía, se notaban dos pectorales muy lambiables…

– Me estoy quedando en la casa de una prima que se casó ayer, ahora está de luna de miel, y me la dejó por unos días. –Le dije- ¿Querés que vayamos?
– Sí… ¿Tenés auto?
– No, pero podemos llamar un taxi.
– Bueno.

Sonrió tan feliz y relajado que no me resistí la tentación de darle un beso en sus labios jugosos y húmedos. Tuvimos que separarnos cuando oímos que alguien estaba por entrar al sanitario.
Mientras salíamos, me di vuelta discretamente para mirarle la entrepierna y noté que con el beso, se le había parado. Sonreí pensando en que ese bocado prometía mucho.

En el taxi casi no hablamos pero él no dejaba de mirarme. Puse una mano en una de sus piernas y me puse a acariciarlo. Él se puso tenso, sin duda pensando en el taxista, pero no hizo el menor intento por apartar mi mano, lo que me dio valor para acariciarle el bulto. Su verga seguía paradisima, dura como un palo, y me di el gusto de sobársela por encima del pantalón. Comenzó a jadear un poco y suspiró, tratando de ser discreto. El taxista volteó para mirarnos por el espejo retrovisor.

– ¿Algo le llama la atención, amigo? –Le pregunté, casual.
– No, amigo, -contestó el taxista, también casual- aquí en el taxi se ve de todo… ¿pero sabe qué es lo mejor?
– Que –le contesté.
– Que cuando me dan una buena propina, ni veo ni oigo nada –Añadió, cómplice.
– Cuente con ella, amigo, –le dije -se lo aseguro.

El taxista sonrió y dejó de mirarnos. Con ello, le di rienda suelta a mi deseo. Volví a besarlo, le metí la mano por debajo de la camiseta tocando sus pectorales y abdomen, le desabroché el cinturón y metí una mano en su bóxer para acariciarle la verga. Luego bese su boca y fui bajando pasando mi lengua por su cuello, luego a sus tetillas y abdomen.
“Estás riquísimo”, le dije. Él sólo jadeaba y se había sonrojado mucho: la cara, el cuello, el pecho… era una delicia verlo. Le tomé una mano para ponérsela sobre mi verga y me la apretó con fuerza.

El taxista habló.
“Mejor váyanse arreglando la ropa, porque ya casi llegamos” Su voz sonaba pícara y divertida.
Yo, alegre y contento por haberme encontrado al mejor taxista de la ciudad, le di una buena propina.
Antes de irse, me dio su tarjeta asegurándome que estaba a mis órdenes, pero aclaró sonriendo, “pero sólo para lo del taxi, ¿eh?”. Le contesté que los taxistas no eran mi tipo. Los tres nos reímos.

En cuanto cerré la puerta del cuarto, el pibe me abrazó con fuerza y me besó como si la vida se le escapara. Le metí la lengua para explorar su boca. Pasada su sorpresa, él hizo lo mismo. Nos fregamos cuerpo a cuerpo con pasión. Nuestras penes se pusieron tan duros que no les costó trabajo asomar sus cabezas por la cintura de los pantalones, mientras los frotábamos una contra otro. Él perdió la paciencia y comenzó a sacarse la remera.

– Heee! Pará eso me toca hacerlo a mí –Le dije. Dejó de desvestirse y se dejó.
– Hay bebidas en la heladera. ¿Querés algo? –Le pregunté.
– Sólo te quiero a vos -me contestó, seductor.

Le saque la remera naranja. Su pecho desnudo me gustó tanto que decidí que no tenía ningún apuro en sacarle toda la ropa y me dediqué a disfrutarlo por etapas.
Con la lengua me ocupé de sus pectorales, poniendo especial atención a sus tetillas, que mordí levemente hasta que conseguí que se le pararan. ¡Cómo me gustan las tetillas cuando se ponen duras!
Noté que él trataba de disimular sus jadeos y le dije, hablándole casi boca con boca:

– Podés gemir y hasta gritar si querés. La casa está muy aislada y a mí me encanta oírte.
– Qué bueno –dijo sonriendo- porque hasta cuando me masturbo soy muy ruidoso.
– Hace todo el ruido que gustes… Yo, feliz.

Me puse a lamerle sus lampiñas axilas. O no usaba desodorante o usaba muy poco, porque no me encontré con el sabor desagradable del óxido de zinc ni con el olor a perfume. Sólo sabía y olía a sudor joven; era toda una delicia. El siguió jadeando ya sin pudor. “Aaah… Me encantas… Sí, más… más… sí, ahí. ¡Qué rico… !”
Comenzó a gemir con una especie de llanto entrecortado de la pura excitación. Sus manos no estaban ociosas, una ya estaba navegando el interior de mi pantalón, sobándome la cabeza del pene. Después empezó a bajar su cuerpo hasta quedar arrodillado frente a mi zona pélvica, agarro mi tieso pene y empezó a mamármela desesperadamente, todo un principiante, pensé yo, como si quisiera tragársela entera, se la ponía en su boca y con la mano derecha me masturbaba, con su lengua subía y bajaba, desde la cabeza hasta la base del pene, su boca estaba calentita y abundante en saliva, después empezó a lamerme los huevos, uno por uno, yo observaba desde arriba como trataba de tragársela entera y la desesperación con que lo hacía. Sus manipulaciones hicieron que sintiera ganas de orinar.

– Tengo que ir al baño –le dije apartando mi pene de su boca y levantándome los pantalones- pero vuelvo enseguida.
– ¿Puedo ir con vos? –me preguntó. Debí haber puesto cara de no entender, porque aclaró -Es que una de mis fantasías es agarrársela a otro hombre mientras orina… ¿Puedo?

Me tomó por sorpresa y tardé en contestarle.

– Si. Claro… Vamos…

Pero en vez de seguirme, se sintió obligado a añadir:

– Mejor no. Vas a pensar que soy un enfermo o… que tengo ideas raras.
– Para nada. Sólo que me agarraste desprevenido. Agarrala todo lo que quieras. Y si querés, yo también te la sostengo a vos. Me encanta que me sostengan la verga -dije en tono chistoso.

Sonrió ampliamente. Lo tomé de una mano y avancé con él al baño. Él me bajó el cierre de la bragueta para sacármelo. Como yo seguía excitado, opté por abrirme los pantalones para darle libre acceso y evitar forcejeos. Me acarició los vellos del pubis antes de bajarme el bóxer.

– Qué lindo se siente tu “miembro” entre mis dedos… -Me dijo.
– Verga. Miembros, son los de clubes. Esto es una verga o pija. O un pene, si te incomoda esa palabra.
– No es eso… -contestó- Es la falta de costumbre. Pero tenés razón. Suena más en confianza decir “verga”.

“Ya nos vamos entendiendo”, pensé. Me la sostuvo con una mano y la apuntó hacia el inodoro. Como era de esperarse, no logré sacar nada.

– ¿Te da vergüenza? –Me preguntó.
– No es eso. ¿Me vas a decir que nunca has tratado de mear con el pito parado? Cuesta trabajo.
– Tenés razón, -me dijo- pero hace el intento, ¿sí…?

Me quedó claro que era cierto que él tenía la fantasía de agarrársela a otro mientras orinaba. Después de unos segundos, conseguí que el chorro fluyera con fuerza.

– Se siente re-lindo cómo corre el líquido por el tubito de carne de acá abajo –me dijo, y suspiró de placer.
– A lo mejor vas a terminar aficionándote a la “lluvia dorada” –le dije, entre serio y broma.
– ¿Qué es eso?
– Así se llaman al gusto por los orines. A algunos hombres les gusta que otros les meen encima.

Se sonrojó.

– No, no creo. No es que me dé asco, pero no se me antojaría que me hicieran… eso que decís. Sólo me gusta sentir cómo corre el líquido el miem… por la verga. Hasta cuando me masturbo me gusta sentir cómo me sale el semen.

Terminé de mear y él tuvo la cortesía de darme las tres sacudidas de rigor.

– Ahora vas vos –le dije. Te la sostengo.
– Gracias, pero no tengo ganas. Cuando me encontraste frente a las revistas, acababa de ir al baño.
– ¿A buscar hombres? –Le pregunté, sin tacto. Él bajó la mirada y no contestó.
– Discúlpame –le dije- fue un mal chiste.
– Es la verdad –contestó al fin- eso quería.
– Bueno, me alegro mucho que me hayas elegido a mí –le dije, tratando de corregir mi boludes.
– Es que me gustaste… Y me daba miedo coger con alguien de mi edad.
– ¿Por qué…?
– No sé porque.

Me di cuenta de que con mi chiste idiota, casi había logrado que se le bajara… y de paso, que se me bajara a mí. Decidí recuperar el clima que había estado a punto de naufragar entre nosotros.

– Bueno, tu pantalón llegó hasta acá –le dije- y me voy a ocupar en sacártelo.

Él se dejó. Lo senté en el inodoro del baño para sacarle las zapatillas Converse rojas que traía. Tenía unos pies preciosos que me puse a besarle en cuanto le quité las medias blancas y los pantalones. Su pene se puso vertical en cuanto le lamí las plantas de los pies, los tobillos y los muslos. Luego comenzó a temblar y su respiración se volvió agitada.
-“¿Qué me estás haciendo…?”, -dijo con voz entrecortada, cerrando los ojos.
Yo entendí que era una pregunta que no requería de respuesta.

Lo levanté y lo cargué en mis brazos para llevarlo al dormitorio. Él se agarro de mi cuello con las manos y apoyó la cabeza en mi hombro.
Cuando cruzamos la puerta pensé, que divertido, es lo mismo que hacen los novios en la noche de bodas, sólo que ahora apenas eran la una de la tarde.
Lo dejé caer sobre la cama y me tiré encima de él, besándolo, lamiéndolo, acariciándolo. El trataba de corresponderme, pero se retorcía tanto de placer que sus movimientos eran espasmódicos y torpes. ¡Ah, la excitación de la primera vez…! Sentí envidia.

Él comenzó literalmente a arrancarme la ropa. En el combate calenturiento se me medio rasgó la remera, pero no me importó.
Bajé mi boca por entre sus pectorales, lamí su ombligo, bajé por su delicioso caminito de escasos vellos hasta el elástico de su bóxer, que le saque con los dientes. Luego, ataqué su verga. No era muy grande pero aceptable.
Disfruté mucho cuando él arqueó su cuerpo hacia atrás y lanzó un gemido sonoro de placer. Comencé a chuparle los huevos uno a uno.
Mi amigo aullaba, agarraba a puños la colcha de la cama y se retorcía de gusto. Le di un momento de reposo para que recuperara la respiración, y luego le abrí las piernas para bajar hasta su ano, que comencé a rodear con la punta de mi lengua. Volvió a encorvarse.

– No… No… -Comenzó a decir.
– ¿No Querés que te haga eso? –Le pregunté- Lo que no te guste, decímelo.
– No me hagas caso… Es que nunca había sentido… algo así. Pero seguí… Hacéme lo que quieras.

Ahora que tenía su permiso, redoblé mi ataque contra su culo. Se lo chupé para abrirlo y meterle la punta de la lengua. Él se quedó sin voz. De su boca muy abierta ya sólo salían ruidos guturales. Con una mano le abrí más las nalgas y con la otra, comencé a sobarle la verga.
-Pará… -consiguió decir- es que me vas a hacer acabar… -Me detuve.
Él se incorporó un poco en la cama. Tenía el rostro rojísimo, congestionado por la excitación. Se veía como un demonio lujurioso.

– Quiero que esto dure un poco más… por favor… La estoy gozando mucho.
– Esto va a durar el tiempo que vos quieras –le dije- Si Querés, el fin de semana completo la pasamos en esta cama.
– Quisiera, pero no puedo. Mi mamá se preocuparía mucho si no llego a casa a dormir.

¡Su mamá…! Por supuesto. Como desde hace unos años que ya no pido permiso a mis padres, ese detallecito ya ni siquiera lo tomaba en consideración.

– Me siento… rarísimo-, dijo.
“Ahora viene el complejo de culpa de estar en la cama con otro hombre”, pensé yo.
Para variar, me equivocaba.
– Tengo como un hormigueo en todo el cuerpo. Es como una sensación de calor que me sube hasta la cara… es rarísimo”

Era esa mezcla deliciosa entre el deseo, la lujuria y el placer por lo prohibido, que también yo había llegado a sentir alguna vez: Ese repentino, violento, delicioso golpe de testosterona que te inflama todo el cuerpo la primera vez que te revolcás en la cama con otro hombre. ¡Quién pudiera repetir su primera cogida para volver a sentir ese extraordinario cosquilleo! Volví a envidiarlo.

– Son las ganas que me tenés –le dije, vanidoso.
– Sí… Son muchas. Hacéme todo lo que quieras. Todo.
– Con mucho gusto. ¿Estás seguro de que todo…?
– Sí. Seguro. Cogéme… Ya una vez hice experimentos… pero ahora quiero sentirlo de verdad.
– ¿De verdad Querés que te coja?
– Sí. Metémela –dijo entre dientes, frenético- y si me duele… que me duela.

Y me agarró el pene. Su franqueza y sus ganas hicieron el milagro. Sentí el golpe de testosterona subirme al rostro. Me sonrojé. Sentí un cosquilleo en la entrepierna. ¡Por supuesto que iba a darle el gusto! ¡Cómo no! ¡Pocos entregan el culo con tanto entusiasmo la primera vez!

– Ya que tenés tus fantasías sexuales, contáme cómo has fantaseado que te cojan –le dije- quiero darte el gusto en todo lo que pueda.
– Tengo un video en la compu que me gusta mucho. Uno se pone boca arriba, con las piernas en los hombros del otro para que se la metan. Después se levanta y los dos se abrazan sin dejar que la verga se salga.

Me bajé de la cama y le levanté las piernas para volver a ocuparme de su culo y relajárselo.
En el espejo del la mesa ratona vi que él cerró los ojos para dejarse llevar sin que nada lo distrajera de sus sensaciones. No tardó ni diez segundos en volver a jadear.
Mi lengua se abría paso poco a poco adentro de él. Luego me ensalivé los dedos para abrirlo más. No se me antojaba lastimarlo aunque él había dicho que no le importaba. Sentí sus manos tratando de agarrarme. Le acerqué mi mano libre para que me la apretara y que así yo pudiera sentir cómo avanzaban mis esfuerzos por darle placer. Luego me separé para buscar un forro y el lubricante. Él me miraba con los ojos entrecerrados.
Me puse el forro y calenté un poco el lubricante entre mis manos antes de ponérselo en el ano. Suspiró. Me imaginé que él estaba pensando “¡por fin…!” y sonreí.

Puse sus piernas en mis hombros y de un solo impulso le metí la cabeza de la verga. Él gritó un “¡Aahhh…!” Y todo su cuerpo se relajó.
– Si te hago daño o te duele, decímelo, -le dije en un susurro para no romper la tensión del deseo.
Él negó con la cabeza y yo lo tomé como una autorización para seguir penetrándolo.
Empujé mi pubis hacia él y le hundí unos centímetros más. Él me miró boquiabierto y desorbitado y volvió a tensarse. Me detuve para esperar que se acostumbrara a tener mi palo adentro.
Yo siempre he sido activo, pero amigos y parejas me han comentado que la primera vez, el ano no entiende qué está pasando y trata de expulsar la verga que lo invade como si uno quisiera cagar. Después, el culo ya sabe lo que es darle la bienvenida a una verga. “¿Cómo explicárselo sin apenarlo?”, pensé. No hubo necesidad. Sus experimentos ya había hecho ese trabajo por mí.
– Seguí –me dijo- metémela hasta el fondo… y si lloro, no me hagas caso.

Arremetí contra su culo y se la metí hasta que sus nalgas chocaron con mis huevos. Su interior era delicioso, húmedo, apretadísimo y ardiente como un horno.
Volví a sentir el cosquilleo y comencé a bombearlo con ganas para que nunca en su vida se olvide de su primera cogida.
Él soltaba pequeños grititos a cada embestida. Me agarro las dos manos y me las apretó. Tenía razón. Se excitó tanto que hizo unos gemidos fenomenales, era como si yo estuviera matándolo en vez de cogiéndomelo. Haciendo fuerza con sus manos, que seguían sosteniendo las mías, comenzó a impulsar su culo contra mi pene mientras me gritaba: “¡Cogéme! ¡Cogéme! ¡Metémela con ganas…! Ay, qué rico, siento que ya casi me viene…”

Obviamente, había aprendido mucho de sus videos. Luego, se enderezó un poco en la cama y entendí que quería sentarse sobre mí para abrazarnos. Lo ayudé extendiendo mis piernas sin salirme de él, para luego rodear sus nalgas.
En un par de segundos ya estaba sobre mí, impulsándose con sus piernas para luego dejarse caer de golpe sobre mi tronco y empalarse en él.
¿Qué no habría manera de distribuir videos porno a todos los jovencitos gays para que vayan preparándose adecuadamente para lo que les espera… ?
De pronto se detuvo. Me abrazó fuerte y me dijo al oído:

– Ya me viene… Me viene, papito, me viene…

Apenas tuvo tiempo de hacerlo cuando ya estaba acabando a chorros. Él soltó un gemido tan fuerte que debe haberse oído no sólo en la casa de mi prima, sino en toda la ciudad. Eso me excitó tanto que me vino a mí el turno de gemir. Lo abracé con fuerza y sentí entre espasmos cómo se llenaba el profiláctico y fluía mi semen en su interior. Él volvió a abrazarme.

Nos quedamos un rato así, jadeando, abrazados y exhaustos. Tras de unos minutos, me dio un beso leve en los labios y me dijo:

– Gracias… Fue mejor de lo que me había imaginado.
– Vos hiciste casi todo el trabajo –le contesté.
– Porque vos me inspiraste –me contestó.

Le di un beso largo, metiendo mi lengua en su boca, me lo correspondió lamiendo mi cuello para probar mi sudor.
– Estás muy rico –me dijo- Qué bueno que me armé de valor y decidí no irme, porque al principio me entró como pánico cuando te vi venir hacia mí -Recordé mi teoría sobre los chicos gays que se asustan de lo que consiguen.

– No creas, yo también me asuste, un poco de ver que eras tan niño.
– Ya te dije que no era mi culpa.
– Ah, y a propósito, feliz cumpleaños.
– Gracias –contestó sonriendo y dándole un apretón a mi pene con su ano.

Hasta entonces caí en la cuenta… ¡de que yo no sabía su nombre, ni él, el mío! La ironía me dio risa.

– ¿De qué te reís? -Me preguntó extrañado.
– Yo sé que la pregunta va a sonarte rara cuando mi verga ya está adentro de tu culo, pero… ¿cómo te llamas?

Él rió con tantas ganas que su trasero me hizo cosquillas en el pene.
– Me llamo Angel, -dijo. Pensé que era un nombre perfecto que justo coincidía con mi primera impresión de cuando lo vi.
– Yo me llamo Federico –le dije.
– ¿Puedo decirte Fede?
– Podes decirme como quieras: “Fede, Federocho, Fedy, miembro, cogéme puto… Decíme como se te dé la gana.
– Cogéme, puto… otra vez.
– Con mucho gusto –le contesté.

Y volvimos a tener sexo. Total, mi pene ya estaba dentro de él y mis ganas seguían intactas. Luego nos dimos un baño para salir a comer. Por supuesto llamé a nuestro taxista favorito para que nos llevara al centro.
Nos recibió con una sonrisa pícara y sólo dijo. “¿Ahora a un hotel?” Volvimos a reír los tres.

Después de la comida, salimos a dar un paseo muy breve, porque la lujuria volvió a llevarnos a la habitación de la casa. Después probamos e intentamos posiciones nuevas y volvimos a pasarla espectacular.
En la noche nos despedimos, y él me dijo, con gran tristeza, que al día siguiente tenía que acompañar a su mamá a un casamiento en el interior del país.
Casi lloré. Pensé que la vida era una ironía: un casamiento me había acercado a él y otro casamiento me lo iba a alejar. Quedamos de vernos en un par de semanas y le hice prometer que en sus siguientes encuentros sexuales, siempre usara preservativo y se cuidara mucho de con quién lo hacía, porque habían muchos locos sueltos en este mundo. A todo me dijo que sí. Lo dejé en la puerta de su casa, no sin antes aprovechar que la calle estaba oscura para darle una mamadita de despedida.

Durante toda esa semana pensé en lo loco que había sido ese encuentro. De pensar en pasar un fin de semana solo y aburrido a estar cogiendo con un chico de 18 años hermoso y con un cuerpo espectacular.
En mi vida sexual he tenido muchas experiencias pero la diferencia con esta vez era la edad de la persona y que era virgen.
Pensé en que nunca más lo volvería a ver pero no fue así.
A la semana siguiente me envió un mensaje de texto saludándome y contándome que había vuelto y que quería volver a verme.
Fue así que empezamos con una relación. Todos mis amigos pronosticaron que no iba a durar más que un par de semanas o que no nos íbamos a llevar bien por el tema de la edad y de lo diferente de nuestras vidas, pero nada más lejos de la realidad.

Hoy se cumplen 4 años de que estamos viviendo juntos en mi ciudad y es mi gran amor. El estudia y me ayuda en mi empresa que cada vez se expande más.
Nos ayudamos mutuamente a crecer y madurar. Hemos tenido nuestras peleas, y hubo veces que todo daba a pensar que no nos íbamos a volver a hablar pero siempre volvimos a estar juntos de nuevo.
Escribo estas últimas líneas mientras Ángel está sentado frente mí revisando la contabilidad del negocio y cebando mates. Cada tanto me pregunta algo que no entiende. El cada vez está más hermoso, tiene un raro color de cabello azul y gris, supongo que teñirse es algo que acostumbran a su edad…
Perdón, me distraje escribiendo este texto… Me voy a ayudarlo con los libros de contabilidad, todavía está aprendiendo.
Nunca se termina de aprender, todo nos enseña…

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